Estudios (inter)culturales en clave de-colonial1
(Inter)cultural studies on a decolonial note
Estudos (inter)culturais na chave descolonial
Catherine Walsh2
Universidad Andina Simón Bolívar, Ecuador
cwalsh@uasb.edu.ec
Resumen
Los «estudios culturales» en América Latina forman parte de una política de nombrar inscrita en legados y cartografiados frecuentemente como totalidad, ocultando o dejando pasar por alto las diferencias a su interior. Este articula examina desde dónde nacen los estudios culturales en América Latina en general y en la Universidad Andina Simón Bolívar en Quito en particular, con qué política de nombramiento, qué proyecto(s) y qué bases y perspectivas de conocimiento. Considera qué implica concebir y construir los estudios culturales como proyecto político-intelectual, inter-cultural, inter-epistémico y de orientación de-colonial y los desafíos y obstáculos al respecto, incluyendo dentro de la problemática misma de la «uni»-versidad.
Palabras clave: estudios culturales, proyectos político-intelectuales, interculturalidad, decolonialidad.
Abstract
"Cultural studies" in Latin America make part of a naming policy manifested on legacies and frequently mapped as a whole, hiding or overlooking differences within themselves. This paper looks at the source of cultural studies in Latin America in general, and at the Quito Simón Bolívar Andean University in particular; as well as which policies are followed, which project(s) and which knowledge foundations and perspectives. It considers aspects involved in conceiving and building cultural studies as a political-intellectual project, inter-cultural, inter-epistemic decolonially-based and related challenges and hindrances, including them in the problematic of "uni"-versity itself.
Key words: cultural studies, political-intellectual project, interculturality, decoloniality.
Resumo
Os «estudos culturais» na América Latina fazem parte de uma política de nomeação inscrita em legados, frequentemente mapeados como totalidade, ocultando ou reduzindo as diferenças no seu interior. Este artigo examina o nascimento dos estudos culturais na América Latina, de modo geral, e na Universidade Andina Simón Bolívar em Quito, de forma particular. Busca-se responder qual é a política de nomeação e quais são seus projetos, bases e as perspectivas de conhecimento. Reflete-se sobre as implicações de conceber e construir os estudos culturais como projeto político-intelectual, interepistêmico e de orientação descolonial, assim como também os seus desafios e obstáculos, incluindo a problemática mesma da «uni»-versidade.
Palavras chave: estudos culturais, projetos político-intelectuais, interculturalidade, dêscolonialidade.
No es que hay una política inscrita en él;
sino que hay algo en juego en los estudios culturales,
[...] que no es exactamente igual en muchas otras
importantes prácticas intelectuales y críticas» (Suart Hall, 2010)
Las políticas de nombrar siempre han tenido significado profundo en América Latina, parte de raigambre y tradición imperial-colonial y la hegemonía política y cultural en estas tierras invadidas por foráneos, que subordinaron las diferencias a cartografiar una imagen en su código heurístico del nombramiento (v. Zavala, 1992). Los «estudios culturales» en América Latina también tienen y forman parte de una política de nombrar; ciertamente sin la misma carga y horizonte históricos, pero sí inscritos en legados y cartografiados frecuentemente como totalidad, ocultando o dejando pasar por alto las diferencias a su interior.
Al propósito de estas diferencias, muchas veces �y particularmente recientemente con la emergencia en la región de un creciente número de programas de estudios culturales- he cuestionado si este nombramiento es lo más apropiado para el proyecto en que he estado envuelta durante los últimos 12 años en la Universidad Andina Simón Bolívar en Ecuador, proyecto que ahora con sus egresados y graduados tiene circulación y resonancia en otras partes de la región. No obstante y como argumentaremos a continuación, los estudios culturales siguen siendo uno de los muy pocos campos nombrados y reconocidos en el mundo académico como tal, que permite transgredir la hegemonía disciplinar y abiertamente afianzar por lo político de lo cultural y los entrelazamientos de ambos con lo económico, los asuntos de poder, las luchas de enfrentamiento simbólico y por el control de sentidos. Nombrar también es luchar.
Por cierto, no hay una sola manera de entender los estudios culturales o pensar, significar y construirlos como proyecto político. Tampoco existe un acuerdo sobre qué entendemos por «lo político» en los estudios culturales y qué implica lucharla �incluyendo por qué y para qué- dentro de la «uni»- versidad latinoamericana con su estructura y visión típicamente monocultural, eurocéntrica y universalizante. Explorar estos entendimientos, significaciones, construcciones y luchas a partir de experiencias concretas de varias universidades ha sido eje de este seminario organizado por la Universidad de California Davis y la Universidad Javeriana en Bogotá y, por ende, es el enfoque central de este texto que parte de las perspectivas y experiencias construidas en nuestro contexto y más específicamente en el Doctorado de Estudios Culturales Latinoamericanos.
En su desarrollo el texto parte de tres preguntas:
I. Los legados
Aquí partimos de cuatro legados que orientan «el campo» de los estudios culturales en América Latina: dos legados que vienen de lugares fuera de América Latina y dos propiamente latinoamericanos. En el primer caso, referimos al legado del problema de disciplinamiento científico y el del proyecto de la escuela de Birmingham; en el segundo caso: el legado de los estudios sobre la cultura en América Latina (como algo que siempre se ha hecho) y el de las luchas sociales y movimientos político-epistémicos. Exploramos a continuación cada uno.
1.1 El problema del disciplinamiento científico
El disciplinamiento científico es un problema que nace en Europa y que luego se extiende a otras partes del mundo, siendo impuesto y reconstruido durante el siglo XX como modelo de la universidad moderna latinoamericana. Nos referimos, por un lado, al establecimiento de la ciencia natural como marco central y normatizador del conocimiento entendido como objetivo y neutral y, por el otro, a la emergencia a finales del siglo XIX y principios de siglo XX de las ciencias sociales en el contexto europeo y (luego Estados Unidos) bajo este molde anterior «científico» con un enfoque estado-céntrico. Es a partir de las disciplinas de la economía, sociología y ciencia política, que las ciencias sociales se organizan inicialmente con la pretensión de fortalecer los Estados en este momento hegemónicos (Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia y luego Estados Unidos) y posicionarlos en el marco organizador del mercado capitalista y de conocimiento.
En esta estructura disciplinar de las «ciencias», las humanidades se construyen como área no de conocimiento sino de saber, como no-ciencia arraigada a la producción cultural, mental, espiritual de sociedades «civilizadas», así importante en el fortalecimiento de lo nacional desde la literatura y arte, por ejemplo, y, a la vez, en la organización de lo universal, estableciendo criterios desde la filosofía y el pensamiento para la razón moderna.
Es este modelo de disciplinamiento que sigue organizando la universidad; también es el modelo desde el cual aun se estudia y piensa el mundo. Cuestionar, desafiar y transgredir este modelo ha sido una de las posibilidades de los estudios culturales �uno de sus legados-, algo que la Comisión Gulbenkian hizo claro en su crítica hace un par de décadas del disciplinamiento estructural e institucional de las ciencias sociales (v. Wallerstein, 1996).
¿Cómo podemos relacionar estos debates y este legado de los estudios culturales al contexto latinoamericano? Como he argumento en otro lugar (Walsh, 2007), en América Latina el campo de las ciencias sociales ha sido parte de las tendencias neoliberales, imperiales y globalizantes del capitalismo y la modernidad. Son tendencias que suplen la localidad histórica por formulaciones teóricas monolíticas, monoculturales y «universales» y que posicionan el conocimiento científico occidental como central, negando así o relegando al estatus de no conocimiento, a los saberes derivados de lugar y producidos a partir de racionalidades sociales y culturales distintas. Claro es que en esta jerarquización existen ciertos supuestos como la universalidad, la neutralidad y el no-lugar del conocimiento científico hegemónico y la superioridad del logocentrismo occidental como única racionalidad capaz de ordenar el mundo.
Como hemos mencionado, son estos supuestos asumidos como verdad los que han venido organizando y orientando las ciencias sociales hegemónicas desde su origen. No obstante, y desde los años 90, se observa en Latinoamérica un fortalecimiento de estos supuestos como parte de la globalización neoliberal extendida a los campos de la ciencia y el conocimiento. A partir de este fortalecimiento, evidente en la mayoría de las universidades de la región, la escisión cartesiana entre el ser, hacer y conocer, entre ciencia y práctica humana, se mantiene firme; el canon eurocéntrico-occidental se reposiciona como marco principal de interpretación teórico; el borramiento del lugar (incluyendo la importancia de las experiencias basadas-en-lugar) se asume sin mayor cuestionamiento. Las consecuencias, como argumenta Arturo Escobar (2005), se encuentran, por un lado, en las asimetrías promovidas por la globalización (en donde lo local se equipara el lugar y a la tradición y lo global al espacio, al capital y a la historia) y, por el otro, en las concepciones del conocimiento, cultura, naturaleza, política y economía y la relación entre ellas.
Cierto es que en los últimos años la ciencia, el conocimiento especializado de la academia en general y de las ciencias sociales en particular y las posturas políticas, sociales y culturales dominantes en torno a sus formas de teorización han sido temas de debate global.3 Sin embargo, y al parecer, el impacto de estos debates en el pensamiento y la ciencia social latinoamericana y su práctica ha sido casi nulo. En contraste con las iniciativas de los años 60 a 70 orientadas a construir unas ciencias sociales propias y críticas, promover diálogos Sur-Sur e impulsar una praxis y un pensamiento de América Latina desde adentro,4 actualmente se evidencia en la región un regreso a los paradigmas liberales del siglo XIX, incluyendo las metanarrativas universales de modernidad y progreso y una posición de no involucramiento (Lander, 2000a). Pero también se evidencia la instalación de una nueva racionalidad científica que «niega el carácter racional a todas las formas de conocimiento que no parten de sus principios epistemológicos y sus reglas metodológicas» (Santos, 1987:10-11).
Por lo tanto, el problema en América Latina no descansa simplemente en abrir, impensar o reestructurar las ciencias sociales como algunos estudios sugieren, sino más bien poner en cuestión sus propias bases. Es decir, refutar los supuestos que localizan la producción de conocimiento solo en la academia, entre académicos y dentro del cientificismo, de los cánones y de los paradigmas establecidos. También refutar los conceptos de racionalidad que rigen el conocimiento mal llamado «experto»,5 negador y detractor de las prácticas, agentes y saberes que no caben dentro de la racionalidad hegemónica y dominante. Tal refutación no implica descartar por completo esta racionalidad, sino hacer ver sus pretensiones coloniales e imperiales y disputar su posicionamiento como única, de esta manera cuestionar también la supuesta universalidad del conocimiento científico que preside las ciencias sociales, en la medida que no capta la diversidad y riqueza de la experiencia social ni tampoco las alternativas epistemológicas contrahegemónicas que emergen de esta experiencia. Como argumentaremos luego, es esta visibilización y orientación que consideramos céntricas en el pensar y construir de los estudios culturales como proyecto inter-cultural, inter-epistémico y de orientación de-colonial. Pero antes de llegar a este punto que es nuestra segunda pregunta, analizaremos los otros legados también importantes a nuestro proyecto.
1.2 El proyecto de la escuela de Birmingham
Fue el proyecto de la Escuela de Estudios Culturales Contemporáneos iniciada en los años 50 en Birmingham, Inglaterra que dio a los estudios culturales su nombre y su legado como proyecto político y práctica de intervención.
Sin hacer un análisis completo o profundo, podemos destacar algunos de sus contribuciones más importantes. Una de ellas es el repensar político con relación a la cultura. Me refiero a las proposiciones de E.P. Thompson, Richard Hoggart y Raymond Williams, enraizadas en el afán de repensar el marxismo con relación a lo cultural, así resaltando cuatro perspectivas centrales:
Una segunda contribución es en torno al proyecto y perspectiva llevados por Stuart Hall claramente enmarcados en la vocación política de los estudios culturales. En este proyecto y perspectiva de Hall podemos destacar cuatro ejes particularmente pertinentes:
Tanto en la obra de Hall como en su trabajo dentro del proyecto de Birmingham, la tensión entre política y teoría, o políticas y teorías, ha sido consideración permanente.
Su proclama que «los movimientos políticos provocan movimientos teóricos y coyunturas históricas insisten sobre las teorías» (Hall, 1992:283 en Restrepo et.al. 2010), ayudó a la comprensión de un proyecto de estudios culturales concebido no desde la teoría en sí, sino con relación a la teorización desde las prácticas y luchas políticas. Además a sostener que «la única teoría que vale la pena tener es aquella con la que uno tiene que luchar, no aquella de la que uno habla con una fluidez profunda» (Hall, 1992:280 en Restrepo et.al. 2010), abre una metodología reflexiva que nos hace críticamente preguntar: ¿qué teoría buscamos? ¿De quién(es) y para quién(es)? y ¿Cuál es la relación entre la opción teórica y las luchas sociales, culturales y epistémicas?
Para nosotros en la región andina, como también en otras partes de Abya Yala- América Latina, esta perspectiva es clave. Reconocer que los movimientos ancestrales político-sociales, particularmente los movimientos indígenas, también producen teoría �siendo por tanto no solo movimientos político-sociales sino también epistémicos- es dar la vuelta de su consideración dentro de la academia como poco más que objetos de estudio. En este sentido, el legado de Hall es útil.
El segundo eje de Hall -la relación histórica y aun colonial entre cultura, raza y poder- nos da otras pistas. Hall, en su trabajo en Birmingham, empezó a marcar tempranamente su diferencia con Thompson, Hoggart y Williams. A encaminar hacia posturas arraigadas no solo en la crítica marxista (incluyendo de sus raíces eurocéntricas), sino también en el reconocimiento de subjetividades históricamente subordinadas por estructuras de poder, especialmente las de género y racialización, Hall abrió el proyecto de estudios culturales a luchas hasta ahora entonces ocultadas o negadas, luchando el mismo -como fue el caso con la mujeres y el feminismo-, o enfrentando, en su propio caso, la problemática de raza, racialización y racismo y sus horizontes coloniales vividos, la que forma parte de su «política de ubicación» o «localización» desde donde piensa (Hall, 2007). Como decía,
El trabajo de Hall en el campo de representación ofrece otro eje con que podemos dialogar. Hacer evidente la manera que las prácticas de representación construyen y contribuyen a la estereotipación y la continua subalternización de afrodescendientes, por ejemplo, y dentro de una estructura o régimen de supuesta naturalización y verdad, Hall permite sobre pasar el discurso de Barthes y Foucault para poner la racialización como central a las estructuras de poder entendiendo la representación como parte misma de tales estructuras (v. Ver particularmente «El trabajo de la representación» y «El espectáculo del "Otro"», en Hall, 2010).
Finalmente, la articulación concebida por Hall nos parece significativa. Sin entrar en el análisis del concepto complejo y la práctica enmarcada en él, resaltamos aquí el distanciamiento importante que señala con los postulados del posmodernismo y su discurso anti-esencialista. Al asumir la articulación como esfuerzo político-intelectual y también epistémico, es construir y concebir alianzas y puntos (aunque tensionados) de convergencia y encuentro; es encaminar hacia lo que las mujeres de color en Estados Unidos se han referido como «inter-seccionalidad» (v. Lugones, 2008).
Todo lo anterior para decir que cuando consideramos con qué legados y con quién o con quiénes dialogar, la Escuela de Birmingham en general y la contribución más específicamente de Stuart Hall dentro y también más allá de ella, son referentes significativos y estimulantes, más que todo por sus posturas y perspectivas críticas, políticas y comprometidas y por posicionar los estudios culturales como práctica y proyecto de intervención.
1.3 Los estudios sobre «la cultura» en América Latina
Un tercer legado viene de los estudios sobre la cultura, algo que algunos argumentan que siempre se ha hecho en América Latina (ver Martín Barbero, 1997). Las obras culturales del Inca Garcilazo de la Vega y Guaman Poma, Bello, Sarmiento y Martí que contribuyeron desde la literatura (hablando «por el pueblo») a forjar las identidades nacionales, de Vasconcelos, Zea y Roig con la filosofía de lo cultural latinoamericano, y de Mariategui, Fernando Ortiz y Gilberto Freyre que desde su atención a la cultura popular como aporte a lo nacional, forman parte, sin duda, a este legado. De igual manera están Ángel Rama, Antonio Cornejo Polar y Néstor García Canclini, pioneros en teorizar sobre lo cultural desde espacios epistemológicos intermedios.
Podemos también destacar los intelectuales que desde sus disciplinas y particularmente en la década de los 80 a 90s, contribuyeron a dibujar lo cultural con relación al paradigma latinoamericano de la posmodernidad periférica. Aquí nos referimos a Joaquín Brunner desde la sociología de la cultura, Jesús Martín Barbero desde la comunicación, Renato Ortiz desde las industrias culturales, Nelly Richard y Beatriz Sarlo desde la crítica cultural, Roberto Schwartz y Silvano Santiago desde la literatura y filosofía cultural, entre muchos otros.
Todas estas contribuciones marcan rutas de estudio sobre lo cultural sin duda centrales en el pasado y presente del conocimiento latinoamericano. No obstante y como argumentos a continuación, este legado queda por si limitado, tanto por sus raíces académicas y disciplinares que pretenden estudiar sobre la cultura �haciendo la cultura un objeto de estudio-, como por su lugar de enunciación académico típicamente blanco o blanco-mestizo. Por eso y sin desestimar su aporte, partimos de otro legado proveniente de las luchas pasadas y presentes, las prácticas políticas de concientización y el agenciamiento o iniciativa histórica de los movimientos sociales. Como argumentamos a continuación, es en este legado que arraigamos una perspectiva crítica y proyecto otro de estudios culturales, una perspectiva y proyecto que promueven lo inter-epistémico e inter-cultural como posicionamientos metodológicos y políticos, apuntando un pensar desde, entre y con en vez de un estudio sobre.
1.4 Las luchas sociales y movimientos político-epistémicos
Ahora bien, el último legado �el central para nuestro proyecto- es el que pone al centro del debate el problema estructural de las relaciones de poder colonialimperial, el que está presente en las luchas de los movimientos sociales, y que emerge con fuerza en los 60-70 con las prácticas políticas, epistémicas y éticas de concientización. Nos referimos a las trayectorias marcadas por la utopía socialista y la heterogeneidad estructural de Quijano, la teología y filosofía de liberación de Dussel, Hinkelammert, Leonidas Proaño, entre otros, la pedagogía del oprimido de Freire, la investigación acción participativa de Fals Borda, el control cultural de Bonfil Batalla, el colonialismo interno de González Casanova y Rivera Cusicanqui, y los proyectos de pensamiento propio de-colonial de Fanon, Cesaire, Zapata Olivella, Quintín Lame, Fausto Reinaga, entre muchos otros. Es este legado de lucha, cuestionamiento, pensamiento crítico e intervención social, de intelectuales comprometidos y de diversa procedencia que dibuja un mapa «otro» en el cual lo cultural esta íntimamente enlazado con lo político, social, económico, ético y epistémico; mapas y proyectos con miras hacia la transformación y descolonización que hoy, se refleja también en el proyecto colectivo de modernidad/colonialidad/ decolonialidad en el cual un número creciente de intelectuales está involucrado.
Desde la década de los 90, se emerge con fuerza en América Latina los movimientos indígenas y afrodescendientes proponiendo, desde sus luchas, marcos referenciales históricos que superan lo étnico-identitario, resaltan la interculturalidad como proyecto político, y proponen conceptos, conocimientos, y modelos de sociedad radicalmente distintos. Pensar desde, junto y con estas luchas, sus marcos referenciales y sus propuestas descolonizadoras de conocimiento, pensamiento, acción e intervención ofrece, junto con lo mencionado arriba, un legado y camino importantes para (re)pensar los estudios culturales �o, mejor dicho, estudios interculturales-, como proyecto político hoy en el contexto latinoamericano pero con vistas hacia -y en diálogo con- otros proyectos que apuntan a la construcción de mundos más justos.
Los legados y la política de nombramiento
Como se ha argumentado en otros lugares (Ver, por ejemplo, los ensayos en Walsh, 2003), llamar «estudios culturales» estos esfuerzos de pensar la cultura políticamente como sitio de diferencias, luchas sociales y dejar al descubierto las prácticas y producciones epistemológicas, sociales y culturales y su relación con el poder, podría ser problemático. No obstante, fue con el afán de nombrar e identificar una rúbrica cuyo significado no parte de una singularidad local o regional sino también de la problemática de la totalidad, una manera de articular el trabajo crítico aquí con otros lugares, y construir puentes y articulaciones entre estos proyectos políticos, que pusimos a finales de los 90 en la Universidad Andina Simón Bolívar -inicialmente en el contexto de una mención de maestría-, el calificativo «estudios culturales». De hecho, este nombramiento fue parte también de un debate más amplio compartido con Santiago Castro-Gómez en el contexto de la Universidad Javeriana en Bogotá, con el afán de hacer confluir nuevos proyectos de estudios culturales en América Latina, proyectos intelectuales políticos y críticos.
Es con esta política de nombrar que apuntalábamos -en el caso de Ecuadorcuatro ejes importantes que tienen relación directa con los legados descritos arriba: lo transdisciplinar e indisciplinar de la actual geopolítica del conocimiento, las luchas pasadas y presentes y los movimientos sociales -entendidos también como movimientos políticos y epistémicos-, la vocación política de los estudios culturales, y la tensión continua entre política y teoría.
El proyecto de estudios culturales que hemos venido construyendo entonces �y ahora reflejado en el Doctorado de Estudios Culturales Latinoamericanospretende cruzar, transgredir y traspasar las fronteras de lo que tradicionalmente ha pensando la cultura como poco más que un objeto de estudio. Es reconocer la subjetividad e historicidad siempre presente en lo cultural desde una perspectiva de conocimiento que se esfuerza por construir puentes de convergencia entre; entre proyectos político-intelectuales dentro y fuera de la universidad, pensares críticos, y conocimientos, sus racionalidades y localizaciones geo-políticas, particularmente con relación al enlace íntimo de lo cultural con lo económico, político, social y epistémico.
Y claro es esta perspectiva de proyecto que ha provocado en nuestro entorno académico local, nacional y regional, pugnas, debates y tensiones ligados, con frecuencia, a la distinción que marca con los estudios de (y sobre) la cultura que, sin tener un proyecto en sí, asume «la cultura» como poco más que un mero objeto de estudio dentro de una estructura disciplinaria, sea de las humanidades o las ciencias sociales.6 Como elaboraremos con más detalle a continuación, nuestro proyecto pretende ser algo distinto.
II. Estudios Culturales como proyecto inter-cultural, inter-epistémico y de orientación de-colonial
Más que campo de «estudio», entendemos los estudios culturales ampliamente como formación, como campo de posibilidad y articulación, como espacio de encuentro entre disciplinas y proyectos intelectuales, políticos y éticos que provienen de distintos momentos históricos y de distintos lugares epistemológicos, que tiene como objetivo confrontar lo que Moreiras llamó el empobrecimiento de pensamiento impulsado por las divisiones (disciplinarias, epistemológicas, geográficas, etc.) y la fragmentación socialpolítica- cultural que cada vez más hace que la intervención y el cambio social aparezcan como proyectos de fuerzas divididas (Walsh, 2003).
Un campo dirigido al pensamiento critico plural, inter, trans e in-disciplinar, las relaciones intimas entre cultura, saber, política y economía, las problemáticas a la vez locales y globales y a la búsqueda de formas de pensar, conocer, comprender, sentir y actuar que permiten incidir e intervenir; un campo que posibilita la convergencia y articulación, particularmente entre esfuerzos, prácticas, conocimientos y proyectos que se preocupan por mundos más justos, por las diferencias (epistémicas, ontológica-existenciales, de género, etnicidad, clase, raza, nación, entre otras) construidas como desigualdad dentro del marco de capitalismo neoliberal, y por la necesidad de levantar respuestas y propuestas.
De manera específica y con relación al proyecto del doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar, esta descripción-definición amplia va tomando rastros concretos. Al respecto, podemos identificar tres que sobre saltan como distintivos: lo intercultural, lo inter-epistemico y lo decolonial.
Lo intercultural ha sido �y aun es- eje central de los procesos y luchas de cambio social en la región Andina. Planteado a finales de los años 80 por el movimiento indígena ecuatoriano como principio ideológico de su proyecto político y con relación a la transformación de las estructuras, instituciones y relaciones de la sociedad, no solo para los pueblos indígenas sino para el conjunto social, la interculturalidad ha venido apuntando a lo largo de estos años hacia un proyecto y proceso social, político, ético y también epistémico.7 Un proyecto y proceso con miras hacia la refundación de las bases de la nación y cultura nacional �entendidas como homogéneas y monoculturalmente- para no simplemente sumar la diversidad a lo establecido, sino repensar y reconstruir haciendo que lo intercultural �y el trabajo de interculturalizar- sean eje y tarea centrales. Así nos interesan los espacios de agenciamiento, creación, innovación y encuentro entre sujetos, saberes, prácticas y visiones distintos. Es en este sentido que asumimos lo intercultural nombrando nuestro proyecto estudios (inter)culturales, así pensando desde esta región, desde las luchas, prácticas y procesos que cuestionan los legados eurocéntricos, coloniales e imperiales y pretenden transformar y construir condiciones radicalmente distintas de pensar, conocer, ser, estar y con-vivir.
De manera similar, lo inter-epistémico apuntala la necesidad de cuestionar, interrumpir y transgredir los marcos epistemológicos euro-usa-céntricos que organizan y orientan las universidades latinoamericanas e inclusive algunos programas de estudios culturales. Pensar con los conocimientos producidos en América Latina y el Caribe (como también en los otros «Sures», incluyendo los ubicados dentro del Norte) y por intelectuales no solo provenientes de la academia sino también de movimientos y comunidades, es paso necesario y esencial tanto en la descolonización como en la construcción de otras condiciones de saber. Por tanto, nuestro proyecto se interesa con la tarea de invertir la geopolítica del conocimiento, por dar atención a la pluralidad de conocimientos, lógicas y racionalidades presentes e históricamente subyugadas y negadas, y por el esfuerzo político-intelectual de crear relaciones, articulaciones y convergencias entre ellos.
Lo de-colonial está íntimamente relacionado con los dos anteriores. Aquí nuestro interés es, por un lado, evidenciar los pensamientos, prácticas y experiencias que tanto en el pasado como en el presente, se han esforzado por desafiar la matriz colonial de poder y dominación, por existir a pesar de ella, en sus afueras y hasta en su interior.
Entendemos por esta matriz colonial, el sistema de clasificación jerárquica racialcivilizatoria, que ha operado y opera en distintos ordenes de la vida, incluyendo con relación a identidades sociales (la superioridad del hombre blanco heterosexual), al ámbito ontológico-existencial (la deshumanización de pueblos indígenas y negros), epistémico (el eurocentrismo como perspectiva única de conocimiento así descartando otras racionalidades epistémicas), y cosmológica (el control y/o negación de las bases ancestrales-espirituales-territoriales-vivenciales que rigen los sistemas de vida de los pueblos de la diáspora Africana y de Abya Yala) (Quijano, 2006; Garcés, 2009). En el centro o corazón de esta matriz ubicamos el capitalismo como modelo único civilizatorio; la clasificación social, la noción de «humanidad», la perspectiva de conocimiento y el prototipo de sistema de vida impuestos que atañen a y se definen a partir de este centro capitalístico-civilizatorio. Como bien argumenta Quijano, por servir a los intereses tanto de la dominación social como de la explotación del trabajo bajo la hegemonía del capital, «la "racialización" y la "capitalistización" de las relaciones sociales de estos patrones de poder, y el "eurocentramiento" del su control, están en la base misma de nuestros actuales problemas de identidad», como país, «nación» y Estado (Quijano, 2006). Por eso mismo, consideramos esta perspectiva como fundamental.
Dentro de nuestro proyecto, lo de-colonial no pretende establecer una nueva línea o paradigma de pensamiento sino una comprensión críticamente-conciente del pasado y presente que abre y plantea interrogantes, perspectivas y caminos por andar. Es alentar metodologías y pedagogías que, por usar las palabras de Jacqui Alexander (2005), cruzan las fronteras ficticias de exclusión y marginalización para así contribuir a la configuración de nuevas maneras de ser y conocer enraizadas no en la alteridad en sí, sino en los principios de relacionalidad, complementariedad y compromiso. Y también es incitar otras maneras de leer, indagar e investigar, de mirar, saber, sentir, escuchar y estar, que desafían la razón única de la modernidad occidental, tensionan nuestros propios marcos disciplinados de «estudio» e interpretación, y hacen cuestionar desde y con racionalidades, conocimientos, prácticas y sistemas civilizatoros y de vivir radicalmente distintos.
Es a partir de estos tres ejes de lo intercultural, inter-epistémico y de-colonial, que procuramos comprender los procesos, experiencias y luchas que están dándose, contribuir a ellos y aprender �incluyendo el desaprender para reaprender- sobre las complejas relaciones entre cultura-política-economía, conocimiento y poder presentes en el mundo de hoy.
III. Prácticas, experiencias y desafíos
En este último apartado intentaremos presentar algunas de las particularidades de nuestro programa/proyecto del doctorado, ahora en su tercera promoción, sus logros y avances, y los desafíos que encuentra en un contexto académico �tanto de la región como del mundo- caracterizado cada vez más por el disciplinamiento, la despolitización y des-subjetivización, la no intervención, el «no-me-importismo», y el individualismo competitivo.
Sin duda, una de las particularidades del programa/proyecto, son sus estudiantes: todos de media carrera, provenientes principalmente de la región andina y de disciplinas tan diversas como las ciencias sociales, humanidades, artes, filosofía, comunicación, educación y derecho. El vínculo que tiene la mayoría con procesos y/o movimientos sociales y culturales junto con su dedicación a la docencia o labores a fines, contribuye a establecer dinámicas de debate y discusión no siempre vistas en la academia y los programas de posgrado. De manera similar, los profesores se destacan tanto por ser intelectuales internacionalmente reconocidos, como y en su mayoría, por su compromiso con luchas de transformación social, pensamiento crítico y con el proyecto del doctorado mismo. Sin embargo, de no contar con una amplia base de profesores de planta para el doctorado presenta una serie de dificultades no ajenas a la situación de muchas universidades latinoamericanas, incluyendo las que participaron en este seminario.
La oferta curricular esta concebida a partir de cursos y seminarios que pretenden impulsar un pensar desde América Latina y con sus intelectuales -en su diversidad-, para comprender, confrontar e incidir en las problemáticas y realidades de la región, que no son solo locales sino globales. La perspectiva pedagógica-metodológica, mencionada anteriormente, busca estimular procesos de pensamiento colectivo que permiten pensar desde formaciones, experiencias, y temáticas de investigación relacionadas y pensar con las diferencias �disciplinares, geográficas, epistémicos y subjetivas-, así rompiendo el individualismo, dialogando, transgrediendo e inter-cruzando fronteras.
Por tanto, la transdisciplinariedad es práctica y postura fundamental a nuestro proyecto. El hecho de que los doctorandos provienen de un abanico de formaciones da una pluralidad, la que en la práctica metodológica-pedagógica se convierte en el desafío de pensar colectivamente cruzando formaciones disciplinares y creando posturas y perspectivas nuevas, trans-concebidas y trans-corporalizadas. Los cursos, seminarios y docentes, en su gran mayoría, también asumen este desafío como necesario en el mundo de hoy cuando ninguna disciplina sola �o ningún intelectual solo- es suficiente para analizar y comprender la realidad social o actuar dentro de ella.
No obstante, la ganancia de la transdisciplinariedad sigue siendo punto de crítica y contención, punto aun más dificultoso ante la tendencia actual de re-disciplinar las universidades latinoamericanos. Tal tendencia, como ha argumentado Edgardo Lander (2000a), es reflejo de la neoliberalización de la educación superior, como también del creciente conservadurismo de intelectuales, incluyendo los que se identificaban (o aun se identifiquen) como progresistas y/o de la izquierda. Sustentarse en la disciplina y asumir la verdad desde ella, práctica común hoy en día, es re-instalar la geopolítica del saber, haciendo que el euro-«usa»-centrismo se fortalezca como «el lugar» de teoría y conocimiento. Por lo tanto, el problema de disputa no es solo con la transdisciplinariedad de los estudios culturales sino también su «indisciplinamiento»; aquí me refiero al esfuerzo �central en nuestro proyecto- de dar presencia a perspectivas de conocimiento provenientes de América Latina y de pensadores no siempre ligados a la academia (v. Walsh, Schiwy y Castro-Gómez, 2002).
Nuestro interés no es «facilitar agendas o agencia cultural para grupos subalternos y movimientos sociales», promover el «activismo» o «incluir otros saberes»,8 sino construir un proyecto político-intelectual otro, de aprender a pensar desde, junto y con la realidad latinoamericana y sus actores (parte, de hecho, de lo global), alentando de esta manera convergencias, articulaciones e interculturalizaciones que encaminan hacia una academia comprometida con la vida misma. Tal perspectiva no elimina o niega el conocimiento concebido desde Europa o América del Norte -usualmente nombrado como «universal»- o sus pensadores, sino que la hace parte de un corpus y mirada más amplios que apuntalan la pluri-versalidad y las distinciones importantes en sus lugares de enunciación.
Uno de nuestros logros en este sentido ha sido las relaciones establecidas de enlace intelectual entre los que han pasado por el doctorado; construir y alentar prácticas de pensamiento colectivo �así desafiando el individualismo y competitivismo cada vez más evidentes en las universidades- ha sido meta en gran parte lograda. La continua colaboración entre egresados y graduados ha permitido la formación de un proyecto político-intelectual en red, con iniciativas de variada índole incluyendo programas, investigaciones, proyectos colectivos, espacios de reflexión, publicaciones, eventos, etc.
Todo eso para resaltar la doble problemática que, para nuestro proyecto, está en juego. Por una parte es el significado negativo asociado hoy en día con la transdiciplinariedad y los supuestos académicos que la van acompañando, particularmente con relación a la investigación, lo que implica que nuestras tesis tienen que ser doblemente rigurosas. Por otra parte, es la limitación geopolítica no solo de las disciplinas en sí sino también del disciplinamiento académico. Argumentar, como nosotros hacemos, que el conocimiento y pensamiento están producidos también fuera de la universidad y, así en diálogo con Hall, que los movimientos políticos también producen y provocan momentos y movimientos teóricos, es cuestionar y desafiar la lógica académica y la autoridad de una razón �y ciencia- universal y única. Tal desafío y cuestionamiento nos ponen en un lugar siempre marginal, en los bordes, siempre bajo lupa, crítica y en disputa.
Por tanto, los desafíos que hemos encontrado en el camino son múltiples. Por un lado, son los que muchos enfrentamos en el contexto académico latinoamericano; me refiero a las dificultades reales de financiamiento, infraestructura y apoyo de investigación. Por el otro lado, son los que vienen presentándose debido al tradicional disciplinamiento académico, su despolitización y des-subjetivización, arraigados a los argumentos de neutralidad, seriedad y objetividad donde la atención a grupos, prácticas y conocimientos históricamente subalternizados no tiene mayor relevancia; tampoco tiene centralidad el entrelazamiento de raza, etnicidad, género y sexualidades con las estructuras y patrones de poder y conocimiento o con las luchas pasadas y presentes en América Latina que dan sustento a los argumentos de la heterogeneidad, la interculturalidad y la colonialidad. Aquí la crítica y disputa viene de varios lados: de los que caracterizan estos esfuerzos como demasiados politizados (y por eso supuestamente menos «académicos»), uni-paradigmáticos (supuestamente encerrados en una sola «línea»), fundamentalistas (supuestamente excluyentes de los sujetos no marcados por la herida colonial) y ligados al lugar de la conflictividad (así alejados de la tradición de «la cultura», sus letras y objeto de estudio).
Estos desafíos -junto con las tensiones, críticas y disputas que marcan- , hacen muchas veces difícil el andar. No obstante y a la vez, permiten aclarar lo distintivo y particular de nuestro proyecto y sus razones de seguir con su andar, construir, in-surgir y luchar. En sí, no nos preocupamos tanto por la institucionalización de los estudios culturales. Más bien de forma mucho más amplia, la preocupación es por la interculturalización epistémica, la de-colonización y pluriversalización de la «uni»versidad desde el/los Sur(es). Insertarla, como hemos hecho aquí, dentro de una perspectiva: «estudios (inter)culturales en clave de-colonial», es abrir �y no cerrar- pistas.
A manera de cierre
Para ya ir cerrando las reflexiones presentadas aquí, nos parece de utilidad retomar un punto fundamental en Stuart Hall: el de la «intervención». Nos referimos en particular a la voluntad de intervención y transformación sobre el mundo, intervención que no solo se piensa con relación a los campos y contextos sociales y políticos sino también en lo epistémico y teórico, para intervenir en y transformar nuestros marcos y lógicas de pensar, conocer y comprender. A comprometerse en mente, cuerpo y alma, como argumentaba Frantz Fanon.
Considerar los estudios culturales hoy en día como proyecto de vocación política y de intervención, es posicionar �y a la vez construir- nuestro trabajo en los bordes entre universidad y sociedad. Es reflexionar con seriedad sobre quiénes leamos y con quiénes queremos y/o necesitamos pensar y dialogar, para así reconocer las propias limitaciones de nuestro conocimiento. Y por eso mismo, es actuar sobre nuestra propia situación, estableciendo encuentros e intercambios de distinto índole con el afán pedagógico-metodológico de pensar desde y pensar con, lo que he nombrado en otros lugares como parte de una interculturalidad crítica y pedagogía de-colonial (Walsh, 2009).
En universidades y sociedades cada vez mas caracterizadas por la no intervención, la autocomplacencia, el individualismo y el no-me-importismo, la intervención señala, sugiere e impulsa una postura y práctica de involucramiento, actuación y complicidad. Asumir tal postura y práctica y hacerlas integrales a nuestro proyecto político-intelectual, es dar no solo un sentido ético al trabajo sobre cultura y poder, sino también dar algo de corazón, es decir dirigirlo a la necesidad y urgencia cada vez mayor de vida. Llamar eso estudios culturales o estudios (inter)culturales críticos es solo una opción, parte de la política de nombramiento.
Pie de página
3Estas discusiones empezaron a visibilizarse con la publicación anteriormente mencionada del Informe de la Comisión Gulbenkian Abrir las ciencias sociales, aunque si se evidenciaban anteriormente en algunos autores europeos como Foucault y Bourdieu y autores latinoamericanos como Stavenhagen, González Casanova y Quijano entre otros. Para debates más recientes y partiendo del problema de la modernidad/colonialidad. ver Castro-Gómez (2000), Lander (2000ª y 2000b), Walsh, Schiwy y Castro-Gómez (2002).Bibliografía
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